A veces la inspiración simplemente se marcha. Y corren los
días y mis dedos se siguen deslizando por el teclado, pero no pasa nada.
Escribo, y hay palabras, y frases con sentido, pero no tienen fondo. Las frases
sin alma no sirven de nada.
Y casi prefiero dejar de escribir.
Pasa el
tiempo, y pienso que voy a olvidarme de que una vez creí que era lo único que
sabía hacer y que no había otra cosa en el mundo que pudiera hacer. Y amé lo
que hacía y deseé no hacer otra cosa el resto de mi vida.
Pero las musas se fueron e intento olvidarme
de que una vez dormí con ellas. Procuro que mi vida siga, sin pena ni gloria,
haciendo lo que, realmente, no deseo hacer. Como debe ser. E intento ser
alguien de provecho y me doblego ante el tiempo y las cosas, ante el supuesto
correr natural de los acontecimientos.
Pero
la esencia sigue estando ahí, pero el fondo nunca cambia. Los posos de una
persona, como los del café, siguen mostrando un camino. Y decido seguirlo.
Y sigo queriendo ser Kerouac y
recorrer, enloquecida, todo el territorio americano partiendo de Denver. Y quiero
ser Paul Auster y amar Nueva York y escribir historias de detectives. Y Yates,
y Woolf, y Capote… Y quiero ser tantas personas locas que necesitaría las horas
de mil vidas para conseguirlo.
Seguiré intentando escribir palabras
con alma, seguiré persiguiendo a las musas si ellas no se dejan atrapar. Y amo lo que hago, y deseo
no hacer otra cosa el resto de mi vida.