-Me has conocido en un momento extraño de mi vida.
"A todas ellas van también dedicadas estas páginas, con el extraño y alentador afecto que sólo es posible mantener entre personas que no llegan a conocerse nunca".
Soledad Puértolas, en el prólogo de Una enfermedad moral.
Ella está viva y respira y cada vez que exhala llena el mundo de pedazos de ella. Y el mundo debería estarle agradecido. Y los hombres deberían rendirle culto. Y el dolor es un poco menos intenso cuando ella lo adormece con sus palabras. Ella es necesaria, es aire, es roca contra la que rompen las olas. Ella es los ríos y el mar, la noche y el día, y la noche otra vez. Éterea, tan tangible, bella e invisible, la madre de todos, el hombro para el que llora, el mapa para el perdido, el lazarillo para el ciego, la tabla de madera para quien se ahoga. Ella es un trozo del mundo, y el mundo existe por ella.
Ella observa la vastedad del mundo que se extiende frente a sus ojos como aceite derramado sobre una base de agua salada. Puede saber dónde se esconden las madrigueras en los bosques o predecir una tormenta por cómo han dejado de cantar los pájaros. El mundo huele a lluvia y a tierra mojada y a mar y a arena del desierto. Y suena como los acantilados, como la inmensidad de los valles, como el atardecer en la montaña. Desde donde está puede olerlo, tocarlo, sentirlo.
Pero de repente abre los ojos y sólo ve el blanquecino techo plagado de manchas de su propia madriguera. Y sólo oye las voces estridentes (como uñas que arañan una pizarra con ira) de los que aparecen en la pantalla de su televisión, y el claxon furioso de los coches ahora que es el momento de volver a casa. Y no huele más que la fritanga que está cocinando la vecina de al lado.
Y se siente mareada, sangrando por todos sus poros, perdida. Una náusea recorre su cuerpo y parece una corriente de aire y humo. Y le duele y se aferra con los dedos al sillón. Una segunda náusea se apodera de su vientre tembloroso y parece mil elefantes corriendo por su esófago. Y le duele y se agarra aún más fuerte al sillón y cierra los ojos hasta que ve puntos de luz. Una tercera náusea nace de su estómago y parece una corriente eléctrica. Y ya no le duele, y abre los ojos, casi con miedo, y ya no ve la televisión, ni los muebles, ni paredes que la rodean. Sólo es capaz de ver la puerta que se alza, imponente, donde siempre se ha alzado.
Y de repente sabe que no hay otra salida que tomar esa puerta e ir a oír los valles, a oler la lluvia, a encontrar otras madrigueras. Y de repente comprende que no es otro su destino.
Y mayo, y el tiempo, y tantas voces entremezcladas, y de nuevo mayo. Confusión. Ahogo. Ganas de echar a correr. ¿Cuándo sabemos que ha llegado el momento de decir basta?
No buscaré la fortaleza que me falta en otros brazos. No buscaré las palabras que me faltan en otras voces. No buscaré las respuestas que no tengo en el fondo de los vasos. No buscaré el camino que no encuentro en otras tierras. No buscaré el aliento que me falta en otras bocas. No buscaré mis creencias en otros textos. No buscaré mi redención en otros seres. No buscaré disfrazar de cansancio el desaliento. No buscaré mi suerte en la de otros. No buscaré disimular con maquillaje mis cicatrices.
1)Agradecer a quien te lo dió: Carlos, tú, que tanto reflexionas y que tanto nos haces reflexionar con tus escritos, nos hecho ver más claro en muchísimos de ellos que sin agradecimiento estaríamos vacíos, que es necesario y que es inevitable sentirlo: en determinado momento nos damos cuenta de todo lo que debemos a los demás y de las pocas veces que hemos dicho "gracias". Hoy enmiendo un poco mi falta: "millones y millones de gracias por este premio".
Quedan muchos otros a los que quisiera darle este premio, así que como no soy de dejarme espinitas clavadas les tendré muy, muy en cuenta si me toca otorgar alguno más. Besazos transparentes para todos. Lena (=
Ante ella un mar de hojas de hierba (creo en ti, alma mía, el otro que soy/ no debe humillarse ante ti,ni tu debes ser humillada ante el otro./Retoza conmigo sobre la hierba,/ quita el freno de tu garganta,/no quiero palabras, ni música,/ ni rimas, no quiero costumbres/ ni discursos, ni aún los mejores,/sólo quiero la calma, el arrullo de tu velada voz) que es como el espacio infinito, olas esmeralda que parecen el agua del olvido. Se tumba y se estira, olvidando el mundo y el ruido y todo aquello que no esté vivo y verde y que no se acurruque y tiemble en la boca de su estómago. Intensas corrientes de electricidad galopan por su espina dorsal, y sólo están ella y las hojas de hierba. Ella, las hojas de hierba y Walt Whitman, y la nieve, y la noche, y el Sol sobre la piel, y los pájaros que cantan al amanecer, y la música, y el sonido del mar, y el viento, y abril, y los nenúfares...
Unscrew the lock from the doors! Unscrew the doors themselves from their jambs! Whoever degrades another degrades me, And whatever is done or said returns at last lo me. Through me the afflauts surging and surging, through me the current and index. I will accept nothing which all cannot have their counterpart of on the same terms.
Walt Whitman.
Hoy he pensado en:
"Sí, Mani, hijo de Babel, estás solo, despojado de todo, rechazado por los tuyos, y partes a la conquista del universo. En eso se reconocen los verdaderos comienzos". Amin Maalouf, Los Jardines de Luz.
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"Y eso sólo porque no podía quedarse en un sitio sin cansarse enseguida de él y porque no había adónde ir excepto a todas partes, y tenía que mantenerse bajo las estrellas, por lo general las estrellas del Oeste". Jack Kerouac, On the road
"¡Cuánta energía desperdiciamos escondiéndonos unos de otros, temerosos de que se nos conozca, de que nos identifiquen! Pero nosotros hemos sido identificados: cinco locos subidos a un árbol. Es una gran suerte que sepamos cómo hacer uso de esa situación. No tenemos necesidad de preocuparnos por la imagen que presentemos. Tenemos libertad para averiguar quiénes somos en realidad, si estamos convencidos de que nadie puede echarnos de aquí".
Fragmento de "El arpa de hierba", de Truman Capote.
"La Pie", Claude Monet (1868), Musee d'Orsay, Paris,
¡Gracias!
(...) Y no entrarás en Roma. Y tendrás que huir de Ctesifonte. ¿Qué eliges? - Mis palabras no derramarán sangre. Mi mano no bendecirá ninguna espada. Ni los cuchillos que ofrecen sacrificios. Ni siquiera el hacha de un leñador.