Miras tu reflejo en mis ojos. Bajas los tuyos hasta el suelo tintado de rojo. Te callas. No tienes agallas para mirarte de nuevo. Pero mi sangre en las baldosas vuelve a devolverte tu imagen. Entre esquirlas de mi corazón roto, tu alma astillada y un vaso de cristal no queda margen para las concesiones. Ni para nuevas y vacuas excusas. Rehúsas mirarme de nuevo, mirar el malva de mis párpados. La sangre sobre tu palma. Cobarde, te levantas tambaleándote. Una noche más, una nueva pesadilla. La misma que se repite variando muy poco el guión.
Me amas, me odias. O tu puta o tu princesa. Te temo, te evito. Me llamas, me escondo. Me pegas, yo grito. Otra noche más…
Hago las maletas, te quedas ahí tirado. Con tu violencia y tus insultos. Con tu corazón vacío y tus puños apretados. ¡Ahí te quedas!
Ni tu princesa, ni tu puta. Ni tu chivo expiatorio. Simplemente yo, otra vez, sin morados ni en un perpetuo velatorio. ¡Ahí te quedas!
Mi corazón ya sin astillas. Empieza mi nueva vida.