Había una vez un país donde unos pocos consiguieron que la mayoría
interiorizase la máxima "el trabajo duro se recompensa" como una
verdad indiscutible, y nos tragamos el sueño americano como una píldora contra
la desesperanza. Pero yo mantuve el placebo un tiempo descansando en mi lengua
y después de ver lo que vi y de sentir lo que sentí hoy lo escupo y me quedo
con mi futuro sin sueños y con la realidad sin filtros. Porque la vida es una
carrera de fondo, y no todos partimos desde la misma línea de salida.
Todos somos iguales en el momento de nuestro nacimiento: nos arrojan al
mundo desnudos, indefensos, llorando. Para algunos, para los poderosos y los
sin escrúpulos, la vida se ablanda y las metas parecen alcanzables. Otros, los
invisibles, los que viven en vigilia, mueren como han nacido, y su existencia
se torna en un laberinto circular.
Pero ellos insisten en repetir el mantra vacío que inventaron como una
dosis de morfina para los que viven en la espiral infinita. Y así les mantienen
ciegos ante la injusticia de las condiciones de su nacimiento, con la cabeza
gacha y el cerebro lleno de palabras de esperanza. Sumisos.
Nunca más.
1 comentarios:
qué necesidad tengo de que esta persona me conozca, pero para hacerlo deberá primero renunciar a los límites y no creo que se atreva.
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